
Luego de lavarle y plancharle las arrugas a su marido, Soledad lo dobló con sumo cuidado y lo metió en su bolso de invierno; se vistió con el nuevo abrigo de flores acampanadas, se puso la bufanda y el sombrero, y salió afuera en busca de una nueva ilusión. Caminó silenciosa entre la nieve y se paró en una esquina a esperar a que pasara un corazón verde para que le subiera las feniletilaminas del cerebro.
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Obra de Héctor Luis Rivero, cuyo blog podéis visitar en la dirección:
1 comentario:
Con el marido en el bolso???
Mmmmm, no sé...
Beso a los dos :) :)
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